(John Everett Millais)
Un vestido de novia teñido de sangre
Aquel día de primavera cuando el sol brillaba con todo su esplendor y el canto de los pájaros enloquecía a cualquiera, en el bosque retronaban las carcajadas y las risas de aquella mujer que irradiaba felicidad y alegría. Corría de un lado a otro escondiéndose de mí, su futuro marido, que como podía la intentaba seguir sorteando los troncos de los árboles caídos.
Corrimos y corrimos hasta que la perdí de vista, había desaparecido entre la maleza. “Beatriz, Beatriz… -gritaba- ¿Dónde estás? No te escondas que te voy a encontrar.”
Aquellas palabras se quedaban suspendidas en el aire y éste hacía llegar hasta mis oídos su dulce voz al mismo tiempo que me abría el camino hacia ella. Pero de poco me sirvió porque ya caída la noche invadió mi cuerpo una sensación de impotencia. ¿Dónde estaba mi amada? Como un cazador que busca a su presa yo había perdido la mía hacía mucho tiempo. Desolado y con los hombros caídos, recorrí el bosque de arriba a abajo y nada, no aparecía. Aquello que había empezado como un juego se estaba convirtiendo en una pesadilla.
Guiado por los sonidos que produce el agua al desplazarse por la superficie terrestre divisé a lo lejos una choza algo vieja y descuidada. A medida que me acercaba, aquellas vibraciones procedentes del río que impactaban en mis oídos se iban transformando en unos horribles chillidos.
Cuando me hallaba a tres pasos de aquella inestable edificación, mi olfato percibió un desagradable olor. Estuve a punto de dar media vuelta y salir corriendo un par de veces porque el miedo se apoderó de mis miembros pero mi curiosidad fue más fuerte.
Ya me encontraba delante de la entrada; de cerca parecía más grande y terrorífica. Abrí la puerta o lo que quedaba de ella a la vez que un horrible chirrido se hacía presente; puse mis pies en su interior y aquel olor y aquellos sonidos desaparecieron de repente dejando en su lugar un dulce aroma a flores recién cogidas. Con la vista seguí el rastro que la luz de la luna muy generosa me mostraba hasta que mi vista se topó con un bulto cubierto por una sábana blanca. Al descubrirlo, cuál fue mi sorpresa al hallar un maniquí que llevaba puesto un vestido blanco, largo, de seda y bordado a mano donde se apreciaban unas bellas flores. En fin, un vestido precioso que quitaba la respiración, perfecto para que lo luciera mi amada el día señalado.
Mis robustos dedos recorrían la fina tela disfrutando cada segundo con aquel contacto cuando un escalofrío recorrió todo mi cuerpo erizándome los pelos de la nuca: aquel maniquí, convertido en los restos de lo que un día fue un cadáver, traía de nuevo aquel olor tan desagradable acompañado de aquellos chillidos. Mientras esto sucedía en el interior de la choza, afuera estallaba una fuerte tormenta que azotaba el bosque, cayendo el agua a borbotones, sin mesura, desbordando el río... Asustado, caí al suelo y cerré los ojos esperando inútilmente que al abrirlos de nuevo el esqueleto hubiera desaparecido. Esperé allí estirado hasta que mi corazón me permitió levantarme de nuevo y acercarme a aquellos restos pero sorprendentemente habían desaparecido en cuanto había dejado de tocarlos y ahora en su lugar hallé el maniquí envuelto en aquel dulce olor. Observé unas gotas rojas que caídas del vestido formaban un charco rojizo en el suelo, ¡Que raro! -pensé.
Ya más tranquilo me vino a la mente la imagen del esqueleto. Entonces me percaté de que llevaba puesto un traje que en su día había sido negro azabache y de cuyo bolsillo colgaba un pétalo rojo. A causa de los restos de algas que aún conservaba pude deducir que había estado mucho tiempo bajo el agua. Estaba inmerso en estos pensamientos cuando accidentalmente tropecé y caí encima del maniquí que se desvaneció apareciendo en su lugar de nuevo el esqueleto, con tal mala suerte que mis ojos toparon con los suyos reconociéndolos al instante y entrando así en un estado de trance.
Mi cuerpo se paralizó mientras veía cómo aquella choza se transformaba en un lugar hermoso. Una fuerza misteriosa me arrastró hasta un altar mientras mi sucia vestimenta se convertía en un elegante traje de boda con una florecilla roja en el bolsillo. Del subsuelo emergían unos hombres con trajes negros. Los intérpretes empezaron a tocar la tradicional marcha nupcial. Fue entonces cuando me giré; allí estaba ella, la novia, con aquel vestido y aquel velo que le tapaba la cara. Al son de la música se me iba acercando mientras el viento jugaba con aquella ropa, blanca y floreada. Ya se encontraba a mi lado. Le estaba levantando el velo cuando el cielo se nubló, la música paró y yo... ¡Cómo no me había dado cuenta antes! Aquella era mi amada. Intenté besarla y cogerla para escaparnos lejos de aquel lugar pero no pude. Aquella fuerza sobrenatural no me dejaba. De repente las caras de los allí presentes empezaron a desfigurarse; de sus tristes ojos brotaron lágrimas rojizas en las que se podían ver unas horribles imágenes del día de su boda: aquellos pobres hombres corrían sin cesar huyendo aterrados de algo que les perseguía, en la última imagen siempre aparecía el rostro de mi amada pero éste era algo distinto, daba miedo. En su mirada se hallaba el reflejo de la muerte y su sonrisa te helaba la sangre. Al mismo tiempo que veía todo esto oía aquellos horribles chillidos, estos procedían de sus ánimas en pena que suplicantes alzaban sus largos brazos hacia ella para llevársela consigo.
De repente, la fuerza que me inmovilizaba desapareció dejándome libre. Haciendo caso omiso de todo lo que estaba viendo corrí hacia ella persiguiéndola por el bosque mientras el agua que reinaba en el cielo besaba las flores que poblaban el camino destiñéndolas y formando así, un camino de sangre.
“Beatriz, no te vayas. No me abandones otra vez”. Suplicaba mientras veía cómo aquellas ánimas se la llevaban lejos de mí.
Corrí y corrí hasta el agotamiento mientras iba dejando tras de mí un rastro de sangre en aquella persecución infinita. Ya moribundo la vi allí abajo, sumergida en el agua. Desesperadamente bajé y nadé hacia ella tiñendo de rojo aquellas aguas mientras aquellas ánimas me estiraban de las piernas alejándome inútilmente de ella.
Luché hasta que el sol empezaba a despuntar por el horizonte. Entonces, en la superficie de aquel líquido rojizo quedó aquella flor roja y ella que me miraba con una sonrisa malévola mientras mi cuerpo se perdía en las profundidades de aquel río infinito donde permanecería eternamente, reviviendo una vez tras otra aquella larga noche e intentando comprender aquella sonrisa.
“Los mataste tú. Pero… ¿Por qué?, ¿Por qué yo…? Yo te amaba…” -Aquellos interrogantes se quedaron ahogados sin respuesta en aquel líquido, para siempre.
Sònia Gil (4t ESO A)
dimecres, 7 d’abril del 2010
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Sònia!
ResponEliminaCreo que tienes mucha imaginación y un vocabulario muy rico, te sabes expresar muy bien y eso hace que tus textos sean faciles de entender. Tu história és original y me ha gustado mucho.
Clàudia Correcher Rodríguez
Sònia!
ResponEliminaMuy buena narración, me ha encantado, me gusta la forma en que te expresas y en que escribes detalladamente las cosas.
Farah Ararou