divendres, 30 d’abril del 2010
Annie en Francia
La película Annie de Francia, es una película que pasa en el norte-oeste de España, en que la protagonista es una mujer que vive en Francia y es de origen español, se llamaba Ana María Cabrero.
Tenía que ir a España porque le había invitado su primo a su boda.
Tenía dos hijas, que le acompañaron a la boda. De camino a Ventanas Verdes, que era el pueblo donde se hacía la boda, se encuentran con unos procesionantes con la cruz de Jesús, cuando de repente el coche donde estaban ellas, se les paró y los capellanes le ayudaron.
Uno de los procesionantes le pidió a Ana María si podría llevarle a un pueblo que estaba cerca, ella al ver que le ayudaron no puedo decir que no.
Llegaron al pueblo, y él tenía un hermano drogadicto, que también pidió a Ana María que le llevase a otro pueblo, y les llevó. Al llegar al pueblo se montó una pelea entre un señor y el drogadicto y Ana María les dejó allí.
Fue a un bar donde conoció a un señor, de unos 45 años aproximadamente. Al salir de allí, se encontró al procesionante que llevó ella al pueblo hablando con sus hijas. Al parecer, le gustaba la hija mayor.
Después, fueron a la boda adonde también les acompañó el joven. Al llegar a la boda, vio que dos homosexuales se casaban, uno de ellos era su primo y es así como por fin llega a la boda.
Esta película, me ha gustado, y me ha parecido interesante. La mujer pensaba que España aún estaba retrasada como se imaginaba ella. Imaginaba que aún existía aquella época en que vivió su padre, con esos vestidos que llevaba ella y ese coche que tenía , que eran antiguos.
Farah Ararou Ararou
dilluns, 12 d’abril del 2010
Rojo
El gran despiste
Estaba preparado para ir de viaje con mis estudiantes universitarios. Eran las siete de la mañana cuando llegamos al aeropuerto. Íbamos a salir hacia una isla del Pacífico para estudiar algo del volcán. Llegamos a la isla por la tarde y nos sorprendimos al ver un resplandor rojo en la cima de la montaña.
Sin hacer caso del resplandor, montamos las tiendas y nos pusimos a dormir. A la mañana siguiente, mientras desayunábamos, vimos que el resplandor seguía allí y el rojo era más intenso que el día anterior. Nos preguntábamos a nosotros mismos que podía ser aquello, yo creía que lo más seguro era que el volcán podía entrar en erupción y podíamos estar en peligro. Rápidamente cogí el móvil y intente llamar a algún equipo de rescate para que nos viniera a recoger de inmediato, pero no fue posible no había cobertura. Estaba algo asustado pero tenía que disimularlo por el bien de mis estudiantes. De repente vinieron helicópteros de rescate, y pude avisarlos... Giré la cabeza y vi que el volcán había entrado en erupción y la lava iba a alcanzarnos. Los helicópteros llegaron a tiempo y pudimos huir de la isla, mientras nos llevaba el helicóptero lentamente a nuestras casas pensaba que como pude ser tan tonto de no darme cuenta que el volcán iba a entrar en erupción, si yo soy experto en ese tema.
Sergi Llop Gómez
Hoy hará tres años que mi hermano murió. Tras donarle mi riñón porque el suyo fallaba le detectaron el cáncer. No hubo nada que hacer. En cuestión de tres meses todo terminó.
Últimamente me dolía mucho la espalda, y he decidido ir al médico.
Me ha hecho orinar en un vaso y ha sido cuando me he dado cuenta del color de mi orina: rojizo y poco transparente. Una sensación como de miedo ha invadido mi cuerpo; mañana tendrán los resultados.
Estoy un poco nervioso, me han hecho pasar a una sala aparte, en otra ala del hospital, y están un médico y dos enfermeras discutiendo en la sala de al lado.Finalmente me ingresarán, me está fallando el riñón y necesito transfusiones, dicen que es mejor que me quede para hacerme más pruebas.
Ya llevo tres semanas en el hospital, y no han aclarado nada. Lo único que sé es que todo el día veo lo mismo: la bolsita de sangre colgada a mi lado y a la chica de al lado que siempre duerme, aunque casi es mejor así porque cuando está despierta no para de decir estupideces: me cae muy mal.
Me han dicho que necesito un transplante, que mi riñón está fallando y que me van a meter en la lista de transplantes, pero como aun siendo grave no soy de los peores me aseguran que no será precisamente rápido.
Por fin, tras muchos meses de espera, tras mucha gente que ha pasado por mi lado, tras muchísimas bolsitas de sangre han encontrado un riñón para mí, esta tarde, a las cuatro, entro en quirófano.
Las enfermeras mientras me preparan para la operación. Me van felicitando y deseando suerte. Ya estoy en la sala de operaciones, me han dicho que ni me daré cuenta y me despertaré como de un sueño normal, y cuando me despierte me explicaran qué tal todo.
No entiendo qué está pasando, lo último que recuerdo es el piiiiiiiiiiiiiiiip de la máquina que indicaba los latidos de mi corazón.
TEXTO REALISTA.
Era una de esas mañanas en las que preferirías quedarte en casa, pero de algo tenía que vivir así que decidí conservar el empleo unos días más y me fui a la oficina en la que trabajaba. Subiendo por la rambla, entre tanta gente me fijé en una chica que me llamó la atención: rubia, con una melena que llevaba suelta y que le llegaba a la altura de los pechos, en los que también me fijé: eran grandes y podía casi apreciar su forma completamente por el gran escote que los cubría a medias. Tenía la piel morena, con una sonrisa radiante y unos labios rojos perfectos. Me miró fijamente, pasó a unos pocos metros de mí y me pude fijar en sus ojos: azules oscuros, un color que me encantaba y combinaba a la perfección con su cara y cuerpo, podría decir que casi me enamoré, el único problema fue que, al girarme, mientras estaba embobado mirando esa belleza de mujer, se le acercó un chico, muy alto, elegante y guapo, que la besó, la cogió de la cintura y se la llevó andando hasta que les perdí. Eso era lo que me faltaba para que ese día se convirtiera en un asco de día, así que saqué un cigarrillo, lo encendí y seguí andando a paso moderado hacia el trabajo.
Ot Boquera Guarch
Texto sobre el rojo. Batalla del Ebro.
Era una noche de invierno, exactamente la del 14 de noviembre de 1938. Estábamos haciendo guardia en la línea fortificada de La Fatarella. Cuando estaba amaneciendo, recibimos un aviso, una agrupación del Ejército Nacional con la ayuda de más de 15 divisiones y toda la aviación, tanques y artillería se proponían rodearnos y destruirnos, por lo que teníamos que actuar rápidamente. Lo que íbamos a hacer era muy difícil y arriesgado: teníamos que escapar cruzando el río, un sitio en donde íbamos a convertirnos en un blanco muy, muy fácil. Cogimos lo esencial para sobrevivir y nos fuimos corriendo. El Ejército Nacional avanzaba rápidamente y ya se oían los primeros disparos, los primeros gritos de dolor, también cómo los tanques dejaban ir sus misiles que estallaban en las zonas en donde aún había compañeros refugiados, y los aviones que podían oírse desde kilómetros de distancia.
Ya llegábamos al río, todos teníamos mucho miedo, nos enfrentábamos cara a cara con la muerte y el temor que eso nos producía nos hacía dudar. Los más valientes saltaron al agua y se pusieron a nadar lo más rápido posible, alejándose de las tropas enemigas, mi compañero inglés Bryan y yo veíamos cómo masacraban a nuestros compañeros y cómo cada vez estaban más cerca. Bryan dijo que no quería morir aún, no paraba de repetir que tenía mucho miedo. Al final, gritando, se lanzó hacia un mar de balas en el que se perdió para siempre. Muerto de miedo y conmovido por la valentía de mi amigo, me decidí a gatear hasta llegar al río y saltar adentro.
El agua tenia un color rojizo, rojo como el color de la cinta que llevaba en el pelo la enfermera ante la que me desperté a los dos días en el hospital de campaña en el que, según me contaron, me trajeron algunos soldados que se escapaban en una barca. Tengo algún recuerdo muy lejano de haber sentido un intenso dolor en la espalda. Al despertar, la tenía vendada, por lo que deduzco que me dispararon y quedé inconsciente.
La mujer sabía hablar un poco el castellano, me hacía preguntas y más preguntas, que cómo me llamaba, que cuántos años tenia, que donde estábamos instalados,... Supuse que era algo rutinario, yo contestaba casi sin saber lo que decía, me quedaba embobado, yo creo que cualquiera lo habría hecho: tenía el pelo castaño, los ojos verdes, unos labios que nunca se pintaba pero que a mi me gustaban especialmente. Cada día me curaba las heridas pero ya nunca decía nada, hasta el día en que me atreví a hacer yo las preguntas. Empecé nuestra primera conversación:<< ¿Por qué roja? ¿Es parte de tu traje? >> Me miró con una cara de sorpresa pero sin decir nada, rápidamente añadí: <<>> <<>> contestó ella. Tengo que decir que me quedé sorprendido de lo que había mejorado en su castellano, seguía teniendo un acento inglés pero que cada vez se le notaba menos <
Siempre llevaba la misma diadema, me encantaba. Cada vez que le preguntaba algo me contestaba sonriendo e incluso alguna vez noté cómo se ponía roja, tenía vergüenza, un día, le dije:<
Al día siguiente, entró otra vez, con su diadema roja, sus ojos verdes, y melena castaña, me miró a los ojos y me dijo: <
<
Callé un momento, ella estaba sorprendida, por fin le dije:
<<>>
Ella lloraba. Sus ojos verdes desprendían lágrimas azules y, entre sollozos, me dijo: <
Ahora yo también lloraba, nos miramos a los ojos y sin pensármelo dos veces la besé, fue el mejor beso que he dado en la vida, ella puso una mano en mi nuca y la otra en mi cintura. Yo no sabía cómo estar, no puedo describir cómo me sentía, era algo muy especial. De repente paró, se giró, y se marcho igual como había venido, pero ahora lloraba. Se había ido para siempre.
A la mañana siguiente, encontré su diadema roja encima de la mesa en donde estaba el material para las curas y un papel en el que ponía: “Nunca te olvidaré. Caroline.”
Ot Boquera Guarch
diumenge, 11 d’abril del 2010
Rojo
Mientras deambulaba sin rumbo fijo por las calles de mi ciudad, pensaba en las desgracias que me habían pasado los últimos días. Mi empresa, que hasta entonces había funcionado bien, había empezado a tener pérdidas cada vez mayores, hasta que finalmente cayó en bancarrota, sin que los préstamos que pedí sirviesen de nada. Y ahora estaba arruinado y con unas deudas millonarias encima.
Para empeorar aún más las cosas, mi hermano, la única familia que tenia, sufrió un accidente hacía poco en el cual perdió la vida.
Solo y arruinado, seguí andando hasta que vi el Golden Gate, y me dirigí hacia allí. No creo que ese sea el nombre adecuado para un puente rojo, pero no lo decidí yo. Empecé a andar por el puente, y después de cinco minutos andando me apoyé en la barandilla y miré hacia abajo, al río. Entonces me puse a pensar qué era lo que tenía que hacer entonces. Después de pensarlo un rato, me decidí. Di tres pasos hacia atrás, cogí carrerilla, y salté.
Lluís Isern
ROJO
La abuela siempre nos explicaba la misma historia, ella se sentaba en su sillón de piel oscura, y, mientras hacía ganchillo con esa lana rojiza, nosotras escuchábamos.
Noelia, mi hermana, cogía su oso y lo abrazaba; yo me sentaba en el suelo mirando mi abuela. Y ella decía:
Dicen que esa piedra es mágica, nadie se atrevía a buscarla, la gente se hacía protecciones para que su luz no atravesara sus ojos, pero aún así su luz lo traspasaba todo.
Cuando la miras pierdes los sentidos, intentas tocarla pero no puedes, su belleza es tan grande, que te quedas mirándola, hasta que por sed y hambre tu cuerpo cae poco a poco hasta llegar a la muerte. Una vez en el suelo, la piedra brilla, brilla tanto que sus rayos de luz atraviesan el cuerpo, y te dejan la piel blanca, así encontraban los cuerpos muertos, blancos como la nieve, y los labios rojos como la sangre.
Cristina Miravall Méndez
LLUVIA ROJA
Corría y corría, cruzaba calles y más calles, coches, bocinas, gente, caos… no podía parar, sentía cómo me temblaban las piernas. Hacía frío, el viento me daba en la cara y me helaba las lágrimas antes de que pudieran salir ni tan solo del lagrimal, no me detenía ante nada ni ante nadie. No quería quedarme pero sabía que tampoco podía huir. De repente, todo terminó. Silencio… era como si hubieran quitado las casas, los coches, la gente, como si alguien los hubiese hecho desaparecer, como si los hubiesen borrado de un cuadro en el que ahora sólo quedaba yo. Dejé de correr. Las piernas ya no me temblaban. Me encontraba en medio de la nada y entonces empezó a llover. Mis zapatos se manchaban de rojo a cada gota de aquella lluvia que a la vez humedecía todo mi cuerpo… Me pasé las manos por la cara para tratar de apartar esa agua fría, las manos me quedaron rojas: era la lluvia, no me sorprendí…
Decidí volver. Paseaba por las calles y notaba cómo se me clavaban en la espalda miles de miradas acusadoras que me hacían sentir mal. Empecé a correr una vez más, la gente me señalaba... corría cada vez más y más; me miré la ropa, toda había cogido ese tono rojo por culpa de la lluvia. Rompí a llorar y grité: - ¡No he sido yo! La lluvia, es la lluvia… mientras, trataba de arrancarme la ropa, como si con ella me arrancara también ese sentimiento... Estaba desesperada.
Volví en mí y allí me encontraba otra vez, en medio de esa habitación. Su cuerpo estaba tendido en el suelo; me miré las manos, estaban rojas, pero esta vez no llovía, había sido yo.
LAURA BALCELLS ARGILAGA 4A
Texto rojo.
Una carrera interesante
Salía de los boxes para hacer la última vuelta de calentamiento antes de que empezara la carrera. Iba de un lado a otro para que los neumáticos se adhirieran al asfalto de la pista. Estaba llegando a la última recta, mientras el equipo Ferrari, me animaba y yo, cada vez me entusiasmaba más de estar con esa carrocería. Al llegar a la salida, me puse en el puesto que me pertenecía, la posición 15, no muy buena, ya que había 22 participantes. Cuando todos estaban en su posición, empezó la cuenta atrás para dar la salida y a medida que se iba acercando la salida, se oían con más pasión los motores de todos los otros participantes. Poco a poco iba viendo cómo se acercaba la hora de arrancar y yo cada vez estaba más nervioso y sólo pensaba en cuando viera la luz verde, arrancar a tope y hacerlo lo mejor posible. Así fue, arranqué e iba subiendo posiciones hasta que me coloqué detrás del quinto. En ese instante me comunicaron que había habido un choque detrás mío y que aprovechara para coger ventaja, y así lo hice, aceleré y tras unas duras 10 vueltas conseguí adelantar y me coloqué cuarto. A las dos vueltas siguientes me comunicaron que ya estaban listos para cuando quisiera entrar a boxees. Les comuniqué que a la próxima vuelta entraba y por el auricular sentía cómo todo el mundo se ponía en posición para cuando llegara a los boxees intentar tardar lo mínimo en la parada. Me puse en el carril derecho para entrar a boxees y, cuando estaba entrando, poco a poco iba reduciendo marchas hasta llegar a la reglamentaría. Quedaban sólo 20 metros para mi llegada y en eso se me cruzó un participante que salía y tuve que frenar muy bruscamente. Volví a arrancar y me coloqué en mi posición de boxees, todo el equipo estaba trabajando duro y al máximo y gracias a ese esfuerzo tan intenso sólo tarde en repostar y cambiar las ruedas 7 segundos y eso me hizo que saliera con ventaja y no perdiera muchas posiciones. Estaba por la mitad de la carrera y continuaba en la misma posición. A medida que iban dando vueltas me iba acercando cada vez más al tercero y en un cambio de marcha, aceleré y adelanté al tercero en la curva más cerrada del circuito. Quedaban 15 vueltas e iba tercero. Estaba muy bien para ser la primera vez que corría con Ferrari. Me comunicaban que ya estaban otra vez listos para mi llegada a boxees y les comuniqué que a la siguiente vuelta entraría. Así lo hice, entré y esta vez tardé 8 segundos y eso me hizo perder ventaja con el segundo y tener al cuarto más cerca, pero eso no me preocupaba porqué mi motor era mas potente que el de Renault.
Quedaban 5 vueltas y en eso que estaba en la recta final y me comunicaron que al segundo se le había quemado el motor y estaba descalificado, lo que me hizo ponerme en segundo lugar. Quedaban 3 vueltas y estaba a 3 segundos del primero y, como soy muy cabezón, en todas las curvas apuraba al máximo para coger ventaja al primero y esa estrategia me funcionó porque en la última vuelta estaba a 10 metros del primero y sólo quedaba las dos últimas curvas y la recta final para poder adelantar al primero y proclamarme campeón. Estaba cada vez más nervioso y en la recta final estaba en paralelo con el primero y era la lucha para el podio, quedaban 100 metros para la meta y, como mi motor era superior, iba con ventaja y, si seguíamos así, seguro que ganaría yo. Cada vez estaba más cerca de la victoria, sólo quedaban 25 metros y le llevaba milésimas de segundo de ventaja, estaba ya en los últimos metros para la meta y… entró mi madre, me apago la video-consola y me dijo que la cena ya estaba preparada y que fuera inmediatamente que si no se enfriaría.
Albert Cubero
4t ESO A
dissabte, 10 d’abril del 2010
la carta.
Me marchaba dejándolos atrás sin saber que más decir. Habían sido unos meses muy extraños para mi viviendo una aventura con el y su amigo. No se como las cosas habían llegado asta ese extremo pero me cansé de las discusiones y de tener que elegir. Aun seguía enamorada del que mas daño me había hecho y por eso no era capaz de valorar el cariño de su amigo.
Esa mañana había encontrado un sobre rojo en mi bolso. Era una carta que el me había escrito diciéndome que aun me quería, pero yo ya no me creía nada de eso.
Fui hablar con los dos no sabia que decirles pero quería acabar con eso lo antes posible. Aparte de hacerme daño a mi misma estaba rompiendo una amistad.
Lo tuve claro cuando los tuve delante. Le devolví la carta y me despedí de los dos.
Me quería alejar de ellos y así lo hice. La carta de ese sobre rojo había aclarado mis sentimientos, estaba enamorada, pero sabía que me volvería hacer daño. Nos habíamos querido mucho pero ya no había nada más que hacer. Mantener una relación con su mejor amigo no había ayudado nada. Ellos discutían y me hacían elegir entre los dos yo no era capaz de soportar esa presión y decidí seguir sola.
Esa noche no pare de pensar en el sobre rojo en lo que ponía en esa carta. Yo le quería a el pero su amigo me había puesto entre la espada i la pared y sabia que así los perdería a los dos…
Estaba harta de esconderme y huir de los problemas sentía ganas de decir lo que de verdad quería pero n me atrevía el miedo no me dejaba. Ya me habían hecho daño una vez y no podía volver a pasar por eso. De nada había servido que fuera hablar con ellos. No había dicho la verdad, ellos seguían enfadados y lo peor es que los había perdido a los dos. Sabía que tenía que volver y esta vez decir la verdad.
Pasaron los días me sentí preparada esta vez no hablaría con los dos, solo con el.
Estuvimos hablando y le dije lo que sentía. Que aun no lo había olvidado y que lo que había vivido con su amigo había sido para intentar olvidarle.
El me dijo que un me quería pero necesitaba un tiempo para asimilar lo que había pasado, se le había hecho difícil, pero estaba seguro de que quería volver a estar conmigo.
Marta Martín.
dijous, 8 d’abril del 2010
Descripción realista.
Somos amigas desde siempre. Realmente no recuerdo en que momento empezé a ser amiga de Gloria. Seguramente coincidimos en clase y fuimos congeniando.
Gloria es bajita, morena con el pelo castaño y por encima de los hombros. Tiene la cara pequeña y redonda. Lleva gafas de montura cuadrada y de color morado. Le quedan muy bien, en realidad no estoy acostumbrada a verla sin ellas. Sus ojos son marrones verdosos y grandes.
De su personalidad destaca su sencillez, su amabilidad y sobre todo su tranquilidad. Es muy alegre siempre busca el lado positivo de las situaciones y le quita importancia a las cosas malas. Se deja influenciar mucho y aunque nunca lo suele reconocer le afectan mucho los comentarios de los demás. Es muy conformista. Es algo irresponsable y despreocupada, y aunque no recuerdo exactamente cuando la conocí me ha hecho vivir momentos inolvidables.
Marta Martín.
EL TONTO DEL PUEBLO
Durante unos tres o cuatro días el tonto no se presentó en el bar, y, aunque a la gente le extrañó un poco, no se preocupaban mucho, porque así no les molestaba. Después de esos 3 ó 4 días, el tonto volvió, y en vez de pedirse, como siempre, una caña, se pidió un café. Entonces sí, todos se extrañaron mucho. El muchacho, de unos 40 como mucho, cogió el diario y se sentó a leerlo mientras se tomaba su café. Nadie sabía cómo tomarse eso: era muy extraño De repente, se abrió la puerta del bar y sacó la cabeza el alcalde, miró al "tonto" y él salió y se fueron los dos en dirección al ayuntamiento.La gente, extrañada, empezó a preguntar, a hablar y a cotillear sobre lo que el alcalde le había hecho al pobre hombre. Finalmente decidieron preguntárselo, pero les dijo su secretaria que el alcalde se había ido a solucionar unos asuntos en la ciudad, y, junto con él, el tonto.Al cabo de unos meses, pos casualidad, se dieron cuenta de que el pueblo estaba arruinado, que alguien se había gastado todo el fondo público.El hijo de un pastor, que había estudiado derecho, y tenía sus contactos en la ciudad, les contó que le habían contado que habían visto al alcalde del pueblo, que se había forrado con un tratamiento experimental que desarrollaba la inteligencia humana (y se había gastado los fondos del pueblo pasa autosubvencionarse).A la gente del pueblo no les hizo mucha gracia que se gastaran todo su dinero, pero, al fin y al cabo, era "para una buena causa", y, además, les había quitado al tonto del pueblo de encima y eso se agradece.
dimecres, 7 d’abril del 2010
Narración a partir del color rojo
(John Everett Millais)
Un vestido de novia teñido de sangre
Aquel día de primavera cuando el sol brillaba con todo su esplendor y el canto de los pájaros enloquecía a cualquiera, en el bosque retronaban las carcajadas y las risas de aquella mujer que irradiaba felicidad y alegría. Corría de un lado a otro escondiéndose de mí, su futuro marido, que como podía la intentaba seguir sorteando los troncos de los árboles caídos.
Corrimos y corrimos hasta que la perdí de vista, había desaparecido entre la maleza. “Beatriz, Beatriz… -gritaba- ¿Dónde estás? No te escondas que te voy a encontrar.”
Aquellas palabras se quedaban suspendidas en el aire y éste hacía llegar hasta mis oídos su dulce voz al mismo tiempo que me abría el camino hacia ella. Pero de poco me sirvió porque ya caída la noche invadió mi cuerpo una sensación de impotencia. ¿Dónde estaba mi amada? Como un cazador que busca a su presa yo había perdido la mía hacía mucho tiempo. Desolado y con los hombros caídos, recorrí el bosque de arriba a abajo y nada, no aparecía. Aquello que había empezado como un juego se estaba convirtiendo en una pesadilla.
Guiado por los sonidos que produce el agua al desplazarse por la superficie terrestre divisé a lo lejos una choza algo vieja y descuidada. A medida que me acercaba, aquellas vibraciones procedentes del río que impactaban en mis oídos se iban transformando en unos horribles chillidos.
Cuando me hallaba a tres pasos de aquella inestable edificación, mi olfato percibió un desagradable olor. Estuve a punto de dar media vuelta y salir corriendo un par de veces porque el miedo se apoderó de mis miembros pero mi curiosidad fue más fuerte.
Ya me encontraba delante de la entrada; de cerca parecía más grande y terrorífica. Abrí la puerta o lo que quedaba de ella a la vez que un horrible chirrido se hacía presente; puse mis pies en su interior y aquel olor y aquellos sonidos desaparecieron de repente dejando en su lugar un dulce aroma a flores recién cogidas. Con la vista seguí el rastro que la luz de la luna muy generosa me mostraba hasta que mi vista se topó con un bulto cubierto por una sábana blanca. Al descubrirlo, cuál fue mi sorpresa al hallar un maniquí que llevaba puesto un vestido blanco, largo, de seda y bordado a mano donde se apreciaban unas bellas flores. En fin, un vestido precioso que quitaba la respiración, perfecto para que lo luciera mi amada el día señalado.
Mis robustos dedos recorrían la fina tela disfrutando cada segundo con aquel contacto cuando un escalofrío recorrió todo mi cuerpo erizándome los pelos de la nuca: aquel maniquí, convertido en los restos de lo que un día fue un cadáver, traía de nuevo aquel olor tan desagradable acompañado de aquellos chillidos. Mientras esto sucedía en el interior de la choza, afuera estallaba una fuerte tormenta que azotaba el bosque, cayendo el agua a borbotones, sin mesura, desbordando el río... Asustado, caí al suelo y cerré los ojos esperando inútilmente que al abrirlos de nuevo el esqueleto hubiera desaparecido. Esperé allí estirado hasta que mi corazón me permitió levantarme de nuevo y acercarme a aquellos restos pero sorprendentemente habían desaparecido en cuanto había dejado de tocarlos y ahora en su lugar hallé el maniquí envuelto en aquel dulce olor. Observé unas gotas rojas que caídas del vestido formaban un charco rojizo en el suelo, ¡Que raro! -pensé.
Ya más tranquilo me vino a la mente la imagen del esqueleto. Entonces me percaté de que llevaba puesto un traje que en su día había sido negro azabache y de cuyo bolsillo colgaba un pétalo rojo. A causa de los restos de algas que aún conservaba pude deducir que había estado mucho tiempo bajo el agua. Estaba inmerso en estos pensamientos cuando accidentalmente tropecé y caí encima del maniquí que se desvaneció apareciendo en su lugar de nuevo el esqueleto, con tal mala suerte que mis ojos toparon con los suyos reconociéndolos al instante y entrando así en un estado de trance.
Mi cuerpo se paralizó mientras veía cómo aquella choza se transformaba en un lugar hermoso. Una fuerza misteriosa me arrastró hasta un altar mientras mi sucia vestimenta se convertía en un elegante traje de boda con una florecilla roja en el bolsillo. Del subsuelo emergían unos hombres con trajes negros. Los intérpretes empezaron a tocar la tradicional marcha nupcial. Fue entonces cuando me giré; allí estaba ella, la novia, con aquel vestido y aquel velo que le tapaba la cara. Al son de la música se me iba acercando mientras el viento jugaba con aquella ropa, blanca y floreada. Ya se encontraba a mi lado. Le estaba levantando el velo cuando el cielo se nubló, la música paró y yo... ¡Cómo no me había dado cuenta antes! Aquella era mi amada. Intenté besarla y cogerla para escaparnos lejos de aquel lugar pero no pude. Aquella fuerza sobrenatural no me dejaba. De repente las caras de los allí presentes empezaron a desfigurarse; de sus tristes ojos brotaron lágrimas rojizas en las que se podían ver unas horribles imágenes del día de su boda: aquellos pobres hombres corrían sin cesar huyendo aterrados de algo que les perseguía, en la última imagen siempre aparecía el rostro de mi amada pero éste era algo distinto, daba miedo. En su mirada se hallaba el reflejo de la muerte y su sonrisa te helaba la sangre. Al mismo tiempo que veía todo esto oía aquellos horribles chillidos, estos procedían de sus ánimas en pena que suplicantes alzaban sus largos brazos hacia ella para llevársela consigo.
De repente, la fuerza que me inmovilizaba desapareció dejándome libre. Haciendo caso omiso de todo lo que estaba viendo corrí hacia ella persiguiéndola por el bosque mientras el agua que reinaba en el cielo besaba las flores que poblaban el camino destiñéndolas y formando así, un camino de sangre.
“Beatriz, no te vayas. No me abandones otra vez”. Suplicaba mientras veía cómo aquellas ánimas se la llevaban lejos de mí.
Corrí y corrí hasta el agotamiento mientras iba dejando tras de mí un rastro de sangre en aquella persecución infinita. Ya moribundo la vi allí abajo, sumergida en el agua. Desesperadamente bajé y nadé hacia ella tiñendo de rojo aquellas aguas mientras aquellas ánimas me estiraban de las piernas alejándome inútilmente de ella.
Luché hasta que el sol empezaba a despuntar por el horizonte. Entonces, en la superficie de aquel líquido rojizo quedó aquella flor roja y ella que me miraba con una sonrisa malévola mientras mi cuerpo se perdía en las profundidades de aquel río infinito donde permanecería eternamente, reviviendo una vez tras otra aquella larga noche e intentando comprender aquella sonrisa.
“Los mataste tú. Pero… ¿Por qué?, ¿Por qué yo…? Yo te amaba…” -Aquellos interrogantes se quedaron ahogados sin respuesta en aquel líquido, para siempre.
Sònia Gil (4t ESO A)
Un vestido de novia teñido de sangre
Aquel día de primavera cuando el sol brillaba con todo su esplendor y el canto de los pájaros enloquecía a cualquiera, en el bosque retronaban las carcajadas y las risas de aquella mujer que irradiaba felicidad y alegría. Corría de un lado a otro escondiéndose de mí, su futuro marido, que como podía la intentaba seguir sorteando los troncos de los árboles caídos.
Corrimos y corrimos hasta que la perdí de vista, había desaparecido entre la maleza. “Beatriz, Beatriz… -gritaba- ¿Dónde estás? No te escondas que te voy a encontrar.”
Aquellas palabras se quedaban suspendidas en el aire y éste hacía llegar hasta mis oídos su dulce voz al mismo tiempo que me abría el camino hacia ella. Pero de poco me sirvió porque ya caída la noche invadió mi cuerpo una sensación de impotencia. ¿Dónde estaba mi amada? Como un cazador que busca a su presa yo había perdido la mía hacía mucho tiempo. Desolado y con los hombros caídos, recorrí el bosque de arriba a abajo y nada, no aparecía. Aquello que había empezado como un juego se estaba convirtiendo en una pesadilla.
Guiado por los sonidos que produce el agua al desplazarse por la superficie terrestre divisé a lo lejos una choza algo vieja y descuidada. A medida que me acercaba, aquellas vibraciones procedentes del río que impactaban en mis oídos se iban transformando en unos horribles chillidos.
Cuando me hallaba a tres pasos de aquella inestable edificación, mi olfato percibió un desagradable olor. Estuve a punto de dar media vuelta y salir corriendo un par de veces porque el miedo se apoderó de mis miembros pero mi curiosidad fue más fuerte.
Ya me encontraba delante de la entrada; de cerca parecía más grande y terrorífica. Abrí la puerta o lo que quedaba de ella a la vez que un horrible chirrido se hacía presente; puse mis pies en su interior y aquel olor y aquellos sonidos desaparecieron de repente dejando en su lugar un dulce aroma a flores recién cogidas. Con la vista seguí el rastro que la luz de la luna muy generosa me mostraba hasta que mi vista se topó con un bulto cubierto por una sábana blanca. Al descubrirlo, cuál fue mi sorpresa al hallar un maniquí que llevaba puesto un vestido blanco, largo, de seda y bordado a mano donde se apreciaban unas bellas flores. En fin, un vestido precioso que quitaba la respiración, perfecto para que lo luciera mi amada el día señalado.
Mis robustos dedos recorrían la fina tela disfrutando cada segundo con aquel contacto cuando un escalofrío recorrió todo mi cuerpo erizándome los pelos de la nuca: aquel maniquí, convertido en los restos de lo que un día fue un cadáver, traía de nuevo aquel olor tan desagradable acompañado de aquellos chillidos. Mientras esto sucedía en el interior de la choza, afuera estallaba una fuerte tormenta que azotaba el bosque, cayendo el agua a borbotones, sin mesura, desbordando el río... Asustado, caí al suelo y cerré los ojos esperando inútilmente que al abrirlos de nuevo el esqueleto hubiera desaparecido. Esperé allí estirado hasta que mi corazón me permitió levantarme de nuevo y acercarme a aquellos restos pero sorprendentemente habían desaparecido en cuanto había dejado de tocarlos y ahora en su lugar hallé el maniquí envuelto en aquel dulce olor. Observé unas gotas rojas que caídas del vestido formaban un charco rojizo en el suelo, ¡Que raro! -pensé.
Ya más tranquilo me vino a la mente la imagen del esqueleto. Entonces me percaté de que llevaba puesto un traje que en su día había sido negro azabache y de cuyo bolsillo colgaba un pétalo rojo. A causa de los restos de algas que aún conservaba pude deducir que había estado mucho tiempo bajo el agua. Estaba inmerso en estos pensamientos cuando accidentalmente tropecé y caí encima del maniquí que se desvaneció apareciendo en su lugar de nuevo el esqueleto, con tal mala suerte que mis ojos toparon con los suyos reconociéndolos al instante y entrando así en un estado de trance.
Mi cuerpo se paralizó mientras veía cómo aquella choza se transformaba en un lugar hermoso. Una fuerza misteriosa me arrastró hasta un altar mientras mi sucia vestimenta se convertía en un elegante traje de boda con una florecilla roja en el bolsillo. Del subsuelo emergían unos hombres con trajes negros. Los intérpretes empezaron a tocar la tradicional marcha nupcial. Fue entonces cuando me giré; allí estaba ella, la novia, con aquel vestido y aquel velo que le tapaba la cara. Al son de la música se me iba acercando mientras el viento jugaba con aquella ropa, blanca y floreada. Ya se encontraba a mi lado. Le estaba levantando el velo cuando el cielo se nubló, la música paró y yo... ¡Cómo no me había dado cuenta antes! Aquella era mi amada. Intenté besarla y cogerla para escaparnos lejos de aquel lugar pero no pude. Aquella fuerza sobrenatural no me dejaba. De repente las caras de los allí presentes empezaron a desfigurarse; de sus tristes ojos brotaron lágrimas rojizas en las que se podían ver unas horribles imágenes del día de su boda: aquellos pobres hombres corrían sin cesar huyendo aterrados de algo que les perseguía, en la última imagen siempre aparecía el rostro de mi amada pero éste era algo distinto, daba miedo. En su mirada se hallaba el reflejo de la muerte y su sonrisa te helaba la sangre. Al mismo tiempo que veía todo esto oía aquellos horribles chillidos, estos procedían de sus ánimas en pena que suplicantes alzaban sus largos brazos hacia ella para llevársela consigo.
De repente, la fuerza que me inmovilizaba desapareció dejándome libre. Haciendo caso omiso de todo lo que estaba viendo corrí hacia ella persiguiéndola por el bosque mientras el agua que reinaba en el cielo besaba las flores que poblaban el camino destiñéndolas y formando así, un camino de sangre.
“Beatriz, no te vayas. No me abandones otra vez”. Suplicaba mientras veía cómo aquellas ánimas se la llevaban lejos de mí.
Corrí y corrí hasta el agotamiento mientras iba dejando tras de mí un rastro de sangre en aquella persecución infinita. Ya moribundo la vi allí abajo, sumergida en el agua. Desesperadamente bajé y nadé hacia ella tiñendo de rojo aquellas aguas mientras aquellas ánimas me estiraban de las piernas alejándome inútilmente de ella.
Luché hasta que el sol empezaba a despuntar por el horizonte. Entonces, en la superficie de aquel líquido rojizo quedó aquella flor roja y ella que me miraba con una sonrisa malévola mientras mi cuerpo se perdía en las profundidades de aquel río infinito donde permanecería eternamente, reviviendo una vez tras otra aquella larga noche e intentando comprender aquella sonrisa.
“Los mataste tú. Pero… ¿Por qué?, ¿Por qué yo…? Yo te amaba…” -Aquellos interrogantes se quedaron ahogados sin respuesta en aquel líquido, para siempre.
Sònia Gil (4t ESO A)
Narración realista
Allí me encontraba solo, con síntomas de congelación, acurrucado en un rincón de aquella calle maloliente viendo como la luz del día se iba desvaneciendo como mi vida.
Que envidia me daban aquellas cositas blancas, delicadas, frágiles que caídas del cielo morían en mi rostro duro y puntiagudo.
Mientras contemplaba el plato que yacía vacio sobre el suelo de reojo veía aquella feliz familia que desearía haber tenido.
Luchaba con todas mis fuerzas para mantener abiertos los ojos mientras veía que la vida se me iba desprendiendo de mis miembros sin inmutarse. A su paso iba dejando aquellos recuerdos de antaño cuando todavía era un mocoso que no conocía el verdadero significado de la palabra amor y que se sonrojaba al ver que ella me miraba.
Sònia Gil (4t ESO A)
Los ojos del vampiro
Hoy había sido un día muy largo y estaba muy cansado. Así que decidí salir a dar una vuelta por el bosque. Yo era un campesino de 50 años de Orus un pueblecillo del Pirineo Catalán. Me pasaba la vida trabajando mi trozo de terreno, que había heredado de mi padre.
Salí de mi casa y me dirigí al bosque. Siempre que no me encontraba bien, siempre que estaba triste, que las cosas no me habían ido bien durante el día, iba al bosque a pasear entre los árboles, relajarme y, por encima de todo, observar los animales. Yo era un enamorado de ellos. Siempre me habían gustado. Desde bien pequeño seguía animalitos por las calles del pueblo y ahora, ya mayor, me pasaba las noches en el bosque observando los animales mayores. Por si a caso siempre llevaba un fusil para defenderme en caso de encontrarme con un lobo, pero hasta el momento nunca lo había utilizado.
Era una noche muy oscura y la luna casi ni se percibía, pero me lancé al bosque sin vacilar y empecé a andar.
Extrañamente era una noche muy silenciosa. No se oía nada, ni un pequeño ratón. Paseé durante una hora y no conseguí oír nada.
Empecé a tener miedo, no me gustaba tanto silenció, era muy extraño: siempre oía un ruido u otro durante la noche, así que decidí volver a casa. Ya me encontraba mejor, pero ahora el miedo empezaba a dominar mi cuerpo. De repente, una ráfaga de un aire helado chocó con mi espalda, dí media vuelta i cogí el fusil con fuerza, desde este momento las cosas fueron muy rápidas, a lo lejos vi unos ojos rojos como la sangre. No recordaba ningún animal con esos ojos. Antes de que pudiera moverme al extraño ser se puso delante de mí, abrió la boca a una velocidad difícilmente perceptible por mis ojos y, antes de que pudiera salir corriendo, me clavó sus largos colmillos en el cuello.
Xavi Jarque
Narración romántica
Hacía rato que me había tumbado en la cama, pero ruídos estraños no me dejaban dormir, aquella habitacion era un poco vieja, y esto era mi único consuelo, << por eso se oyen ruidos>> me repetía una vez tras otra. Tenía miedo, mucho miedo, todo estaba medio oscuro, sólo había la luz de la luna que entraba por cada uno de los abujeros de la persiana, mis manos sudaban y mi respiracion se aceleraba cada vez más. En un instante los muebles empezaron a crujir desmesuradamente y la puerta se habría y e cerraba continuamente, oía pasos por todos lados y un chirrido debajo de la cama. Y allí la ví, en los pies de ella, un espiritu en forma de mujer, experimenté dos sentimientos contrarios a la vez, miedo y admiracion por aquella chica, la flor más bella que había visto en el inmenso jardín de mi vida. Su cara però, resplandecía un odio desmesurado, aquel hermoso espíritu tenía el pelo largo y bonito, los ojos redondos y grandes de un color azul como el mar me miraban con rabia, pero a la misma vez dolor. Tenía unos labios definidos i rojizos que gritaban algo, però yo, pobre de mi no lograba entender lo que decía. La mujer se iba acercando, y a la misma vez, veía más cerca la muerte, quería preguntarle que le pasaba pero mis labios no se movían del terror. Claramente veía, a medida que se iba acercando, que era el dia de mi muerte y que me iba a matar el espíritu de la mujer más bella que había visto nunca.
Jordina Bargas
Jordina Bargas
El bosque del Marqués.
Una noticia corría por el pueblo de Handsonville, Emilia, hija del Gobernador, y probablemente la joven más bella del pueblo, salía con un mozo llamado Iñigo. Alguien los había visto juntos..
Desde hacía ya unos meses, Emilia e Iñigo, dos jóvenes profundamente enamorados, se veían a escondidas cada atardecer en el bosque del marqués. Se llamaba así porque en él había un castillo en ruinas que correspondía al Marqués de Handsonville, muerto hacía muchos años. Los mitos más antiguos aseguraban que el Marqués era caníbal y que las misteriosas desapariciones de la gente de su entorno se debían a eso, incluso se llegó a decir que se llegó a comer a sí mismo; otros decían que no, que efectivamente estaba loco pero que fue su primo lejano, que heredó luego el título, el que hizo desaparecer a toda la gente de esa casa. Nadie lo sabía, el caso es que Emilia e Iñigo esa noche fueron a visitar el castillo. Ya era de noche, los ruidos misteriosos del bosque invadían sus oídos, exploraron las ruinas del castillo, que, aunque era bastante grande, no había mucho por ver. De pronto, entraron en un pasillo muy largo con aspecto de laberinto, que curiosamente se mantenía intacto. Iñigo era un joven alto, fuerte… su aspecto era el propio de un guerrero, aún así era herrero, como todos los hombres de su familia; muy decidido, cogió a Emilia con sus fuertes brazos tratando de ir más deprisa, al cabo de mucho andar con la esperanza de salir a la otra parte del castillo, se dieron cuenta de que se habían perdido así que decidieron pasar la noche allí.
Emilia dormía plácidamente, su bello rostro se parecía al de un ángel, su larga melena rubia caía por encima de su pecho y sus labios rojizos cogieron un tono más azulado por el frío. De pronto, algo interrumpió el sueño de Emilia, despertó e Iñigo ya no estaba a su lado. Sorprendida y asustada, corrió por el siniestro pasillo en busca de su querido cuando, de repente, una sombra se le mostró al fondo del pasillo: era él, pero… algo se encogió en el corazón de Emilia… ¿qué es lo que estaba viendo? Era él, sí, pero sin manos, sin piernas… aterrada, cayó al suelo.
Al cabo de unas horas, Iñigo despertó, sin saber cómo, en la puerta exterior, al menos ahora sabrían salir. Aún era de noche pero ya estaba a punto de amanecer, corrió a despertar a Emilia, y allí estaba, tumbada en el suelo, con la cara desencajada, pálida, el miedo y el horror se reflejaban en ella, estaba muerta...
Un dolor inexplicable le recorrió todo el cuerpo, algo le hizo gritar, gritar de desesperación, rompió a llorar, lloró como nunca lo había hecho, su vida perdió el sentido, y él… perdió la vida.
A la mañana siguiente, la patrulla organizada por el Gobernador los encontró, uno encima del otro… el médico del pueblo diagnosticó: Emilia, 19 años, muerte natural, ataque al corazón. Iñigo, 20 años, muerte de arma blanca, suicidio.
Laura Balcells Argilaga, 4eso A.
Narración realista
EL POBRE NIÑO
De todos los niños que jugaban por la calle, Alfonso era el más pobre. Estaba delgado, solo, sucio y llorando. Todos sus amigos empezaron a alejarse de él y a no hacerle caso. No tenía familia, el único pan que comía era el de las palomas que estaba en el suelo. Le veía cada día llamar a las puertas de las casas para conseguir comida, pero nadie le abría, cada vez estaba mas blanco y tembloroso. Unos días después vi que entraba por la ventana de mi vecino. Pasaron las horas y preocupado fui a ver que ocurrió. Salió el hombre por la puerta con sangre en su camiseta blanca. Le pregunte que había pasado y me dijo que asustado le tiro una silla varias veces a la cabeza hasta matarlo. Me duele pensar que me pueda pasar eso a mí también algún día.
Sergi Llop Gómez
Mi última marea roja
Era de noche, me encontraba durmiendo en mi cama. De pronto un sudor frío inundó mi cuerpo, me desperté sobresaltada, nerviosa.
Intenté dormirme de nuevo, pero me resultaba imposible; cerraba y abría mis ojos en vano, ya que sólo veía rojo, como si mis ojos estuvieran llenos de sangre.
Muerta de miedo intenté levantarme de la cama. No podía, mi cuerpo no respondía, no podía mover ni un dedo.
Intenté calmarme. Aquello sólo podía ser una terrible pesadilla de la cual pronto me iba a despertar. Pero no fue así, cada segundo que pasaba estaba peor, apenas podía respirar, mi cuerpo temblaba por completo y en aquel preciso instante entendí que había llegado mi hora, así que me deje absorber por aquella marea roja que amenazaba con destruirme hasta mi fin.
Júlia Bergadà
dimarts, 6 d’abril del 2010
NARRACION ROMÁNTICA-
Ella se encontraba en ese bosque, sola, sin un abrigo, sentada en el suelo frío, húmedo. Tenía miedo. No quería casarse con aquel señor. Aún estaba enamorada de aquel chico.
Se hizo oscuro, en el bosque se oían ruidos, ruidos misteriosos, extraños, que no había oído nunca.
Estaba pálida, tenía los labios morados, cogió un cartón y se tapó: aquello la calentaría un poco,
De repente, a lo lejos, vio una luz blanca. Pensando que era su prometido echó a correr. El bosque estaba vacío pero ella chillaba, chillaba para que la oyera alguien. Tropezó con una piedra, aquella luz que la perseguía se acercaba cada vez más hasta estar muy cerca suyo. Entonces fue cuando ella se dio cuenta de que no era su prometido.
Vio el rostro de su amante ya muerto, quería abrazarle pero no podía, él le dijo que le olvidara y que se casara con su prometido, que así tendría la vida que ella se merece.
Cristina Miravall Méndez
Redacción Romántica
Abrí los ojos y sólo vi negro, ninguna luz, ninguna silueta, ¡nada!, sólo negro y más negro. Me froté los ojos y los volví a abrir pero ya no era todo igual, seguía siendo todo negro pero esta vez, había alguien más, una chica, con el pelo dorado.., pero no pude ver más porque cuando parpadeé otra vez ella desapareció y no sólo ella sino también aquel escenario oscuro, y, en su lugar, me encontraba en la situación más ridícula de las que me había encontrado hasta ahora, estaba tirado en suelo del instituto rodeado de alumnos y profesores , todos mirándome a mí, en ese momento me daba igual. Yo sólo pensaba en aquella chica, ¿quién era?¿Por qué me había pasado eso?. En ese momento me levanté del suelo y me fui a lavar la boca porque tenía un sabor a sangre que esperaba que fuera mía.
Sonó el timbre de las 17:30 de la tarde y era hora de irme a casa. Esa noche no pude dormir bien. Sólo pensaba en esa chica rubia, pero sobre las cinco de la madrugada volví a ese lugar, al que de ahora en adelante llamaré “el agujero”, pero esta vez era diferente: la chica estaba a mi lado. Tenía los ojos azules, una boca pequeña con los labios sin pintalabios, y, de repente, me besó, eso hizo que me despertara, creía que toda había sido un sueño, pero no fue así ya que al levantarme y mirarme al espejo, tenía unos labios marcados en los míos. Intenté limpiarme, pero no se borraban. Fingí estar enfermo para no salir a la calle con esa marca, esta vez tenía miedo...
Esa noche evité dormir, pero no lo conseguí. Por suerte, no volví esa noche al agujero, me levanté y los labios habían desaparecido y tuve que ir al instituto. Me aburrí, como siempre. No sólo por las clases, sino también porque no paraba de pensar en la chica. Esa noche no pude aguantar y me dormí enseguida y esta noche sí que volví a estar allí, en el agujero, pero la chica no estaba allí, me froté los ojos como la primera vez, pero no funcionó. Esa noche no pasó nada distinto, sólo negro.
Me desperté y ya era sábado. No me levanté de la cama hasta las 15:23. No tenía fuerzas para levantarme: eso no es normal en mí. Siempre he sido muy nervioso, pero esa mañana..., prefería dormir todo el día y así hice. Volví al agujero y esta vez sí que estaba esa chica. Quise hablar pero me tapó la boca con sus manos y me dijo:
Tú siempre estarás conmigo aquí …
Y me volvió a besar.
Esa mañana me levanté con sueño, como si no hubiera dormido en mucho tiempo, pero llevaba durmiendo más de un día entero. Al mirarme al espejo tenía otra vez marcados esos labios, pero esta vez muchísimo más marcados y morados. Decidí irme a dormir para descansar, y con suerte... poder hablar con ella.
Cuando volví, la vi sentada en una silla en medio de la oscuridad, se iba acercando...
-¿Qué quieres de mí?-dije yo- ¡Habla!
Se pegó a mí y me repitió las mismas palabras de la noche anterior
-Tú siempre estarás aquí.
Y me volvió a besar.
“Noticia de última hora: Se encuentra chico muerto en su cama, parece como si alguien le hubiera quitado la vida. No encuentran huellas. Sólo unos labios marcados encima de los del chico. Un caso por ahora sin explicaciones que nos aclarará el Jefe de Policía...”
ROJO: Cerezas
Era un verano del 94, hacía un calor de los fuertes. Aquel año estaba siendo muy caluroso, y yo llevaba el peso de dos. Quedaban tres semanas para que naciera: era mi primer hijo, mi primera ilusión.
Hoy nos trasladábamos a Vilaplana, a la casa de campo. Allí el aire era más fresco y había más tranquilidad.
Como cada año, los cerezos habían florecido y tenían su pequeño fruto, aún verde.
Cada mañana me despertaba el dulce canto de los pajarillos, desayunaba afuera, en el porche, mientras observaba las cerezas: eran preciosas.
Aquella noche no dormí muy bien… así que al terminar de desayunar cogí la esterilla y me puse debajo de un cerezo. Me costó mucho dormirme y empecé a dar vueltas y más vueltas, miraba las cerezas. Nada más de mirarlas se me hacía la boca agua. De repente vi un árbol al que de cada flor salían cuatro cerezas, y todas rojas, grandes, dulces, bonitas, redondas, brillantes. Yo estaba alucinando, giraba la cabeza y otro cerezo rojo, volvía a girar y otro, y así sin parar. Me levanté, y fui corriendo a coger una, pero cada vez el árbol se hacia más y más alto. De repente, una patada en el vientre me hizo volver a la realidad, me miré a mí y a los cerezos, que aún estaban con su flor y su fruto verde. Todo había sido un sueño. Me levanté, y fui a despertar a mi marido.
Mireia Casado 4t A
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